El deporte, como la vida misma, es un inmenso escenario en
el que se citan elementos contradictorios. Los sentimientos más nobles con las
pasiones más bajas; el compañerismo y la solidaridad con la trampa y la
deslealtad. En el fútbol, la ingente exposición mediática de sus protagonistas
y el fervor popular que provocan acentúan la contradicción.
Se puede ver de todo en el campo, y, por pura estadística,
no todo puede ser bueno. La competitividad extrema propicia algunos casos límite,
como la sucesión de partidos Barça-Madrid con la que nos obsequiaron los
designios del calendario el curso pasado. Una ronda de enfrentamientos que en
varios momentos pareció una oda al juego subterráneo. La España futbolística se
dividió. En la Supercopa ,
con el famoso dedo de Mourinho en el ojo de Vilanova en medio de una tángana
bochornosa, se rozó lo grotesco.
Futbolistas y entrenadores, como cualquier persona de este
mundo, tienen sus errores, pero también saben hacer bien las cosas. El célebre código
no escrito en el que se declara que lo que pasa en un encuentro se queda dentro
del terreno de juego es una manera de relativizar los acontecimientos cuando
está en riesgo el trabajo de toda la temporada y tienes las pulsaciones
aceleradas. Con tanta presión, la probabilidad de equivocarse se incrementa, lo
que realza la importancia de pedir perdón cuando el comportamiento dista de ser
ejemplar.
La semana pasada Mourinho no se disculpó por el dedazo, pero le deseó una rápida
recuperación a Vilanova, operado de la glándula parótida. Lo hizo contestando a
la pregunta de una periodista y parecía sincero. El preparador portugués tiene
actitudes reprobables, pero están enfocadas hacia un contexto competitivo.
Fuera de él tiene sentimientos, aunque algunos no lo crean, y en esas habló el
martes sobre el segundo entrenador del Barcelona.
Los deportistas, ante todo, son personas, y saben valorar lo
realmente importante. Como dijo Guardiola, es secundario ganar en Milán cuando
tu segundo entrenador está pasando por un mal momento. Al Barça ya le afectó una
circunstancia similar o peor el año pasado con el tumor de hígado de Abidal.
Entonces, Madrid y Olympique de Lyon tuvieron el bonito detalle de redactar un
mensaje de ánimo que se vio en los videomarcadores del Bernabéu antes del
inicio de su partido de vuelta de octavos de la Champions. Además ,
los 22 jugadores regresaron al césped tras el pitido final para mostrar unas camisetas,
preparadas para la ocasión, con el lema “Ánimo Abidal”.
Si el afectado hubiese sido alguien del Real Madrid, la
reacción del eterno rival habría sido la misma, aunque se muestren en el campo
como enemigos irreconciliables.
Otro caso, seguramente el más grave, es el del hijo de
Carlos Martins, centrocampista portugués del Granada. Su retoño, llamado
Gustavo y de solo tres años, padece un problema en la médula ósea que impide a
ésta la producción del nivel necesario de plaquetas y glóbulos rojos. La única
solución para el chaval es un trasplante. En la búsqueda de un donante, varios
futbolistas se han movilizado y los seguidores del Granada han hecho colas para
comprobar si su sangre es compatible con la del pequeño Gustavo. Su padre,
destrozado, declaró en “El Larguero” que sigue jugando porque a su hijo le
gusta verle en acción.
Estas circunstancias nos ayudan a organizar la escala de
prioridades. El fútbol, como cualquier deporte, es un medio para trabajar o
disfrutar, no una cuestión de vida o muerte (que me perdone Bill Shankly).
Los aficionados violentos olvidaron esto hace demasiado
tiempo. Los verdaderos protagonistas, por fortuna, lo siguen recordando.
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