El rey ha muerto, viva el rey, es un lema o grito que se emplea como expresión ritual en la sucesión de las monarquías, especialmente en el reino de Francia (Le roi est mort, vive le roi) y en la corona británica (The King is dead, long live the King).
Con tal lema se pretendía evitar la peligrosa situación política que se plantea en un interregno, además de servir como última ocasión de vitorear al rey fallecido y primera ocasión de hacerlo con el nuevo rey. Y desde el viernes, y viendo la rapidez con la que se sucedieron los acontecimientos, no veo otra frase que defina, aunque sea de forma metafórica, la situación actual en Can Barça.
Y es que mal que les pesé a algunos, el reinado de Pep en estos cuatro años ha sido indiscutible. Desde que un treintañero se presentó en el Camp Nou con la profética frase “Agárrense los cinturones, porqué tengo la sensación que nos vamos a divertir”, los súbditos culés no hemos parado de disfrutar, y porqué no decirlo, babear, ante una catarata de juego y títulos que nadie podía imaginar. Nadie pensaba, que aquel joven entrenador, sin apenas experiencia y con un simple año de bagaje en la Segunda B, iba a expandir el imperio blaugrana por el mundo, derrotando a las antiguas supremacías que reinaban hasta entonces en el planeta.
Y cual vasallos, los seguidores azulgranas nos pusimos en manos del nuevo Rey, y acatamos cualquiera de sus decisiones como buenas, sabiendo que todas ellas iban a ser tomadas en beneficio del pueblo. Decisiones valientes, como lo fueron prescindir de Ronnie y Deco sólo ocupar el cargo. Decisiones arriesgadas como fue dejar marchar a un Eto’o en plenitud goleadora. Decisiones incomprensibles, como fue el rechazo de Ibra con tan sólo un año en el equipo. Todas ellas aceptadas, y a pesar de alguna crítica surgida, todas ellas asumidas. Todo a cambio por la perpetuidad de un sistema de juego y valores que todavía hoy hacen del equipo azulgrana, a pesar de los reveses sufridos esta última semana, el mejor del mundo. El gusto por el juego de toque, el cuidado de la cantera, el mimo de las jerarquías del vestuario, las formas cuidadas en la imagen y el lenguaje, han hecho de Pep un ícono de la historia azulgrana.
Una historia, la suya, que ha sido breve. Una historia intensa, vivida al cien por cien, y que le ha llevado a vaciarse de tal forma que el final ha llegado antes de lo que muchos hubiéramos deseado. Ha sido víctima Guardiola de su propio éxito, el cual le llevó en su primera temporada a conseguir un hito nunca logrado en la historia del fútbol. La consecución de forma consecutiva de todos los títulos puestos en juego. Seis títulos, seis trofeos que se pasearon de forma gloriosa por todo el territorio culé, como muestra de la supremacía lograda.
A partir de ese momento, cualquier otro hito nunca alcanzaría los logros de ese primer año. Cualquier temporada posterior sólo podría igualar esa primera. Cualquier derrota culé sería vista como un paso atrás en un equipo que lo había ganado TODO, absolutamente TODO. Y a ello se lanzaron jugadores y técnicos. Y año tras año, con unos niveles de exigencia brutales, se asumía que el objetivo debía ser cada uno de los títulos puestos en juego. No había períodos intranscendentes, no había títulos menores, no había partidos de trámite. Y así, poco a poco, el equipo se ha ido desgastando, y con él, su máximo representante.
Han sido cuatro años no sólo de fútbol. Han sido cuatro años de sentimientos y golpes duros. La enfermedad de Abidal, la de Tito Vilanova, la lesión de Villa, los enfrentamientos con Ibra, la presión de la prensa, la tensión de los clásicos, que han sido llevados a una dimensión de intensidad y disputa no vista hasta la fecha, las tertulias nocturnas que amparándose en la oscuridad, intentaban acabar con el que veían el máximo responsable de la perdida de esplendor blanca, los fines de ciclo... Ahora sí, Hermel, ahora sí. Fin del ciclo de Pep. Estará por ver si el del Barça.
Todos hechos y causas que han dejado exhausto al Rey. Y el Rey ha abdicado. Y ha abdicado en un momento crítico. En la semana más dura que se recuerda en esos cuatro años de gloria. En la semana en la que la pérdida de dos partidos ha supuesto el decir adiós a los dos principales títulos del año. En la semana en la que se constata que esta será la peor temporada en palmarés en número de trofeos llevados a las vitrinas del Museo.
Y así ha puesto en bandeja de plata a sus detractores el argumento propicio para un último ataque. Sinceramente creo que aquí Pep se ha equivocado. No en la decisión sino en el momento de anunciarla. Tenía que haber previsto que esta situación se podía dar, y que la demora del anuncio de su final, podía verse asociada con la derrota. Y así, la lectura que asociaría su marcha con el primer periodo de derrotas del equipo, haría que sus detractores vendieran la imagen de abandonar a la institución en su peor momento.
Al resto, sólo nos quedan palabras de agradecimiento hacia su gestión, dedicación y obra. Una obra que nos ha mostrado como de bonito puede ser este deporte, y que ha llevado a la institución a cotas a las que nadie ha llegado nunca. Ahora, su sucesor, Tito Vilanova, tendrá la misión de preservarla, y desde su propio criterio volver a la conquista de los territorios perdidos en las últimas batallas. La reconquista ha empezado. Y el nuevo Rey tiene las fuerzas intactas. Larga vida al Rey.
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