domingo, 10 de julio de 2011

El día que fuímos uno

Hoy hace un año de aquel mágico día en el que un puñado de hombres fueron capaces de hacernos vivir un sueño sin parangón. Un día en el que la ilusión acabó por unas horas con la crítica y el odio. Un día en el que dejaron de existir unos y otros, para sólo existir un nosotros.
Cuando Iniesta pegó con su alma aquel balón ganador, transformó nuestro país por un tiempo. Acabó con la derecha y con la izquierda, acabó con los escépticos, con los agoreros, acabó con los enfrentamientos, acabó con las diferencias, y sobre todo acabó con los complejos. 
Aquel día tuvimos unos colores únicos, tuvimos una misma voz, un mismo sentir. El grana, el blanco, el verde, el azul, todos palidecieron, para hacer brillar un rojo con más fuerza que nunca, un rojo que nos representaba a todos, que nos unía, un rojo que nos hacía sentirnos orgullosos.
  
Por primera vez la bandera perdió todas sus connotaciones negativas, todos sus partidismos, para por un tiempo ser simplemente… nuestra bandera. Con humildad, con generosidad, con orgullo, pero sin soberbia ni prepotencia.
  
Fueras donde fueras, te sentías en casa. Éramos parte de algo grande, de algo importante. Podías sentir la energía, la ilusión... Veías sonrisas, gestos, abrazos... Gritabas, cantabas, llorabas... La alegría nos invadió, nos desbordó y nos cambió.
  
Fue nuestro momento. Hicimos historia, dentro y fuera del campo. En Johannesburgo y en cada pueblo de la piel de toro. Lo hicieron cada uno de los jugadores y técnicos que jugaron aquel partido, pero también cada uno de los 44 millones de corazones que latimos por una vez al unísono.
  
Qué grande fue.
  
Que increíble haber podido vivirlo.
  
Qué pena que terminara, y que hayamos dejado que los viejos fantasmas hayan vuelto.

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