Hablar hoy en día sobre liderazgo no resulta fácil. Existen multitud de teorías y escritos que nos pueden versar sobre el asunto con bastante profundidad. En mi caso, siguiendo mi particular filosofía de vida, no me atrevo a escribir de nada que no haya experimentado previamente en carnes propias.
La primera cuestión es la que todo el mundo se hace: ¿el líder nace o se hace? Mi particular opinión es que necesita de ambos. Un líder tiene que tener la carga genética que pueda desarrollarse y un ambiente o un adiestramiento que la alimente.
La clave es que una persona que ostente un cargo de responsabilidad puede mandar o liderar. En el primer caso, los subordinados se limitarán a obedecer por simples cuestiones de supervivencia; harán lo estrictamente necesario para cumplir para no ser reprendidos o culpados. En el segundo caso, los subordinados ascienden a la categoría de colaboradores, pues se sienten parte del proyecto, de la idea o de la visión y sienten que el cumplimiento de los objetivos es, en parte, culpa de ellos. Con esta última teoría, los participantes alimentan su autoestima, que es la fuente natural de la acción humana y perciben que son útiles dentro del proyecto o de la organización.
Os voy a dejar dos claros ejemplos de este asunto en distintas áreas de mi experiencia:
Cuando digo a mi secretaria que mañana a las 9 h tengo un comité directivo y tiene que hacer un informe para presentarlo, ella se limita simplemente a realizarlo y entregármelo. Ahora bien, si la digo que mañana necesito su ayuda porque tengo un comité directivo y tengo que triunfar, estoy convencido que ella va a estar toda la noche si es necesario para elaborar el mejor informe que pueda hacer, pues parte de mi triunfo es su éxito y alimentará su autoestima como eficiente colaboradora del objetivo en cuestión. Estoy compartiendo el éxito.
En el ámbito deportivo, os puedo contar otra historia: Cuando era Seleccionador Nacional, preparaba los partidos del siguiente modo: Mostraba a los jugadores un vídeo del rival y, en una pizarra, realizaba una matriz con las fortalezas y debilidades del contrario. Cuando finalizaba el vídeo, cada jugador tenía que decir una fortaleza o una debilidad que había visto en el rival. A continuación, volvía a preguntar a cada uno para que me diera una solución de cómo debilitar la fortaleza o cómo aprovechar la debilidad. Evidentemente, mi mayor experiencia y conocimiento hacía que algunas respuestas fueran redirigidas mediante el método mayéutico hacia el objetivo si resultaba un disparate su contestación.
El resultado final era que habíamos diseñado una estrategia que era de ellos y que en la pista debían defenderla y morir por ella. No era una imposición del jefe, sino una orientación del líder.
Reconozco que este método no es sencillo si se tiene un alto sentido de la vanidad, pero os puedo asegurar que es tremendamente efectivo para alcanzar nuestros objetivos propuestos si uno sabe en todo momento el papel que representa.
Como colofón y a modo de reflexión, os dejo una aseveración personal: La verdadera enfermedad de la actual sociedad del siglo XXI no es el cáncer o el sida, sino la vanidad.
Me encantaría estar equivocado.
La primera cuestión es la que todo el mundo se hace: ¿el líder nace o se hace? Mi particular opinión es que necesita de ambos. Un líder tiene que tener la carga genética que pueda desarrollarse y un ambiente o un adiestramiento que la alimente.
La clave es que una persona que ostente un cargo de responsabilidad puede mandar o liderar. En el primer caso, los subordinados se limitarán a obedecer por simples cuestiones de supervivencia; harán lo estrictamente necesario para cumplir para no ser reprendidos o culpados. En el segundo caso, los subordinados ascienden a la categoría de colaboradores, pues se sienten parte del proyecto, de la idea o de la visión y sienten que el cumplimiento de los objetivos es, en parte, culpa de ellos. Con esta última teoría, los participantes alimentan su autoestima, que es la fuente natural de la acción humana y perciben que son útiles dentro del proyecto o de la organización.
Os voy a dejar dos claros ejemplos de este asunto en distintas áreas de mi experiencia:
Cuando digo a mi secretaria que mañana a las 9 h tengo un comité directivo y tiene que hacer un informe para presentarlo, ella se limita simplemente a realizarlo y entregármelo. Ahora bien, si la digo que mañana necesito su ayuda porque tengo un comité directivo y tengo que triunfar, estoy convencido que ella va a estar toda la noche si es necesario para elaborar el mejor informe que pueda hacer, pues parte de mi triunfo es su éxito y alimentará su autoestima como eficiente colaboradora del objetivo en cuestión. Estoy compartiendo el éxito.
En el ámbito deportivo, os puedo contar otra historia: Cuando era Seleccionador Nacional, preparaba los partidos del siguiente modo: Mostraba a los jugadores un vídeo del rival y, en una pizarra, realizaba una matriz con las fortalezas y debilidades del contrario. Cuando finalizaba el vídeo, cada jugador tenía que decir una fortaleza o una debilidad que había visto en el rival. A continuación, volvía a preguntar a cada uno para que me diera una solución de cómo debilitar la fortaleza o cómo aprovechar la debilidad. Evidentemente, mi mayor experiencia y conocimiento hacía que algunas respuestas fueran redirigidas mediante el método mayéutico hacia el objetivo si resultaba un disparate su contestación.
El resultado final era que habíamos diseñado una estrategia que era de ellos y que en la pista debían defenderla y morir por ella. No era una imposición del jefe, sino una orientación del líder.
Reconozco que este método no es sencillo si se tiene un alto sentido de la vanidad, pero os puedo asegurar que es tremendamente efectivo para alcanzar nuestros objetivos propuestos si uno sabe en todo momento el papel que representa.
Como colofón y a modo de reflexión, os dejo una aseveración personal: La verdadera enfermedad de la actual sociedad del siglo XXI no es el cáncer o el sida, sino la vanidad.
Me encantaría estar equivocado.
3 comentarios:
Excelente post, Javier. Los egos son, probablemente, el mayor enemigo del trabajo en equipo. Cuando todo el mundo quiere ser excepción y nadie norma se arma el caos. Me parece fundamental lo que apuntas de la mayeútica, involucra y hace responsables a los jugadores. Como me decía en una ocasión un directivo: "La mejor manera imponer una idea a los empleados es que crean que han sido ellos los que la han generado". 1 abrazo.
Como ya he dicho alguna vez, el primer coach se puede decir que fue Platón. El líder debe de nacer y curtirse en un ambiente apropiado, pero sobre todo debe de tener voluntad de aunar y buscar lo mejor para todos en su conjunto y para cada uno de los miembros del equipo.
Debe de anteponer los objetivos del equipo a los suyos, eso seguro.
Liderar es llevar a un sitio a un grupo de personas que por si solas no llegarían.
Un saludo
Buenos días Javier. Tu post me recuerda a un curso para directivos que nos dio Jorge Valdano hace unos años y que me pareció interesentasímo, al igual que nos muestras tu haciendo las comparativas.
Hace unos dias escribi un post http://tinyurl.com/yhxr2r2 donde analizaba el perfil de un líder y creo que coincidimos bastante, aunque para mi un líder nace, o al menos tiene los mimbres desde el principio para llegar a convertirse. Algunas personas, por mucho que lo intenten jamás llegarán a ser buenos líderes.
Saludos
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