Para mí, en el mundo del fútbol, no hay nada más emocionante que una tanda de penaltis. Nada que sea capaz de contener y liberar las efusiones de implicados y espectadores de forma más síncrona y pautada. Lo mejor y lo peor en cinco minutos. Espectáculo puro.
Aunque el origen del penalti data de 1890 (William McCrum), las primera tanda de penaltis se remonta a 1962, al Trofeo Ramón de Carranza, invención de Don Rafael Ballester. A partir de ahí, ya en los años setenta, se implanta de forma progresiva como resolución obligada en el partido de vuelta en eliminatorias de doble partido. Así, se instituye en la Copa del Rey y en las diferentes copas europeas (Copa de Europa, Recopa y de Ferias), para posteriormente colonizar las competiciones FIFA. Un buen amigo, fiel atlético, siempre me dice que si en 1974 la final hubiera admitido la tanda de penaltis, el Atlético hubiera sido campeón de Europa…
Sea como sea, las tandas de penaltis han colaborado a agrandar la leyenda de los porteros (Clemence , Arconada, Grobbelaar, Pfaff, Dukadam, Kahn, Goycochea, Dudek, Seaman, Taffarel, Casillas, …), la desgracia pasajera de no pocos jugadores de campo (Heynckes , Eloy, Baggio, Terry, Joaquín, Shevchenko, Graziani, Aldo Serena, Pellegrino, Eto'o…) y la gloria de los últimos goleadores (Cesc, Hrubesch, Panenka, Kennedy, Drogba…). Sin embargo, una característica bastante poco usual de estos desempates los hace particularmente interesantes. Se trata de la obligación de que, una vez finalizados los cinco primeros lanzamientos con empate, se sigan lanzando penaltis hasta deshacer las tablas. Y esto incluye a los porteros.
De todos es conocida la habilidad de muchos porteros ejecutando activamente la pena máxima. Los exponentes máximos de estos porteros ofensivos quizá sean Chilavert y Ceni. Sin embargo, no es una habilidad común. Sólo hay que visitar los campos de primera de forma asidua para darse cuenta de ello. Sin embargo, muchos guardametas se han visto ante la necesidad de enfrentarse a la necesidad de chutar un penalti. De contribuir con su aportación en un aspecto habitualmente inexplorado, pero no por ello menos crucial. De asumir un rol circunstancial fuera de su competencia. Toda su organización dependerá de ello.
Aquí, el ejemplo que siempre he tenido en mente es la final de la Copa del Rey de 1977. Athletic de Bilbao y Betis. El primero, favorito, dada su trayectoria copera, su reciente subcampeonato de la UEFA, que cede por el valor doble de los goles en campo contrario ante la Juventus de Zoff, Gentile, Scirea, Tardelli, Boninsegna y Bettega y su plantel en el que figuran Alexanco, Villar (por cierto, que cuando se edita este artículo hackeada), Irureta, Dani, Rojo y el gran Iríbar. “El chopo” es, para muchos, junto a Don Ricardo Zamora, el mejor guardameta español de todos los tiempos. El Betis contaba con un equipo equilibrado donde Cardeñosa ponía la calidad y Esnaola su impronta de portero vasco, donostiarra, para más señas. Y es que este dato no es baladí, porque después de la salida de Esnaola en 1973 (por 12 millones de pesetas), el viejo Atocha vio pasar a Artola, Urruti y Arconada. Ahí es nada.
Volvemos al Calderón. 25 de junio de 1977. El final de los 90 minutos refleja un empate a uno. La prórroga con empate a dos. Penaltis. Primera tanda de cinco: fallan Cardeñosa y Dani, los especialistas. Seguirán chutando. El octavo lo decide tirar Esnaola. Con la derecha engaña a Iríbar. Marcan todos los jugadores hasta que en el décimo penalti, Iríbar decide lanzar. Por delante de Astrain. Chuta por el mismo lugar donde antes había marcado Esnaola, sin embargo, el donostiarra adivina la intención, se lanza y para. La Copa es del Betis.
La historia del fútbol cuenta con tandas de penaltis interminables. En todas ellas, tarde o temprano el portero debe chutar. En la última final de la Copa griega de 2009, el Olympiakos de Valverde chutó 22 penaltis para hacerse con el trofeo. Nikopolidis (cuyo apodo es George Clooney) anotó 2 penas máximas. El último gol dio el triunfo a los del Pireo. “Clooney” siempre golpeó el último en su tanda, siempre a su izquierda con la derecha. Fuerte, raso y algo con la puntera, la verdad.
La contribución de Nikopolidis fue, como la de Esnaola, fundamental. En el mundo de las organizaciones, la flexibilidad es una de las características de los recursos humanos competentes. Esta flexibilidad en muchas ocasiones tiene una incidencia muy dispersa, aunque crucial. Además, la flexibilidad no es una cualidad que implique confort. Muy al contrario, supone escapar de una zona de seguridad para adentrarse en terrenos desconocidos. Así, en el ámbito laboral donde las recompensas suelen ser muchísimo menos atractivas que en el deporte de alta competición, dicho fomento se antoja complejo para empleados y gestores. Por tanto, ¿cómo convencer a los gestores de que hay que dotar un tiempo y unos recursos para “entrenar” los “penaltis”? y, por otra parte, ¿cómo podemos motivar a “entrenar” y a “chutar” a los empleados? Inmersos en los tiempos en los que estamos las soluciones no son obvias...